Una réplica sobre universidad y diversidad ideológica, por Fabián Mié

En recientes notas de actualidad de la RLFP se ha expresado una crítica al apoyo público ofrecido al proyecto político del Frente para la Victoria (FpV), que realizaran muchas universidades nacionales argentinas e investigadores del CONICET en los días previos a la segunda vuelta electoral del 21 de noviembre de 2015.

Dado que me encuentro entre quienes, en su condición de ciudadano, pero especialmente de profesor de una universidad pública e investigador del CONICET, expresara con convicción su respaldo al FpV, a la vez que una rotunda oposición al candidato de Cambiemos, actualmente en el gobierno, me parece oportuno presentar una réplica a dos aspectos principales contenidos en las publicaciones aludidas.

Más allá del debate acerca de temas de fondo, mi disenso principal con aquellas notas atañe al diagnóstico de situación de la sociedad y la política argentina en estos últimos tiempos.

El primer aspecto concierne al carácter y la condición del apoyo que muchos brindáramos al FpV en el ballotage. Me parece infundado sugerir que, quienes lo hicimos, hayamos cerrado los ojos ante supuestas medidas incorrectas e incluso actos de dudoso contenido y formas republicanas del gobierno anterior, a la vez que ejercíamos un apoyo público a un partido político que resultaría inapropiado, en la medida en que lo realizábamos desde el sitio de influencia que tendríamos sobre otros miembros de la comunidad académica (estudiantes, becarios, eventuales evaluados, etc.).

Relacionado con esto, se ha sugerido allí también que las Universidades Nacionales deben ser ideológicamente prescindentes. La generalidad con la que se reclama dicha neutralidad puede compartirse; sin embargo, creo que la advertencia no aplica al caso y, en definitiva, hay un aspecto en ella que contradice una parte importante de la responsabilidad pública de cualquier profesor de una universidad nacional.
Muchas de las manifestaciones públicas y, en particular, debates entre alumnos y colegas, aun cuando fueron llevados a cabo sin poder ni pretender ocultar la propia condición de docentes o investigadores −precisamente porque estaba en discusión la política educativa y científica−, no entrañan, por sí mismos, tráfico de influencia alguno. Como miembro de la comunidad universitaria y científica argentina, uno puede haber apoyado al FpV, en tanto que entendía que, en esa instancia eleccionaria, el FpV representaba el proyecto político en el cual más consistentemente podía integrarse el desarrollo científico del país, sin por ello cambiar la actitud general de apoyo “crítico” −es decir, no orgánico− a los gobiernos anteriores del mismo partido.

En debates e intercambios con colegas y estudiantes hubo quienes intentamos que posiciones y lineamientos de los dos candidatos se hicieran mejor conocidos, buscando contrarrestar, a través de una discusión de ideologías políticas en pugna, cierta “psicologización” que, mediante slogans calculadamente superficiales, dominara buena parte de la campaña electoral.

Quien dicta clase en el primer año de la universidad observa frecuentemente que la mayoría de sus alumnos no disponen de información acerca cuál fue el significado y cuáles fueron los resultados de las políticas aplicadas en los años ’90 en el sistema científico y de educación superior. No puede sorprender, entonces, que los estudiantes carezcan de algunos criterios para evaluar avances realizados en esta misma área durante los últimos tres períodos de gobierno nacional. Mi sugerencia fue, en aquellas instancias, comparar propuestas realizadas por distintos referentes de ambos candidatos, y particularmente tratar de advertir posibles vínculos entre, por un lado, efectos de las políticas neoliberales aplicadas en el área de la ciencia y la educación y, por otro lado, (las pocas) ideas esbozadas por distintos referentes de Cambiemos. Si, en el turno de examen de diciembre que tuvo lugar pocos días después de esos debates, un profesor hubiera evaluado a sus alumnos sobre una base ideológica, estoy convencido de que incurriría en semejante confusión entre sus responsabilidades sin que mediara discusión política en el seno de la universidad.

Por otro lado, muchos de los docentes e investigadores que manifestamos nuestro apoyo al FpV no lo hicimos comprometiéndonos con una aceptación global e indiscriminada de políticas implementadas por los anteriores gobiernos kirchneristas, ni aclamamos un determinado liderazgo personal. Por el contrario, lo hicimos en la creencia de que era necesario mantener un rumbo político para afianzar logros en los cuales estuvieron involucrados distintos actores sociales. Tratamos de hacer comprensible a la sociedad dos cosas: por un lado, que la política de investigación no puede estar sujeta a los cambios de gobierno, pero, por otro, crucialmente, que tampoco cualquier lineamiento político y económico mantiene una política de investigación como la que, en muchos sectores, se desarrolló en el país durante los últimos años. La protección del mercado interno para el consumo de bienes y manufacturas fabricadas en el país, el incremento del poder adquisitivo y su reaseguro a través de paritarias regulares, un cierto margen de autonomía en el manejo de la economía del país, programas en educación primaria y secundaria, etc., son aspectos que efectivamente guardan una relación con la política de ciencia y técnica, a pesar de que durante la campaña electoral esta relación fue enfatizada sólo tardíamente y por sólo uno de los dos proyectos sometidos a la elección.

Las medidas que se han tomado en estos escasos días en ejercicio del nuevo Presidente alientan a confirmar que se trata de un gobierno neoliberal en lo económico y conservador en lo social: nombramientos de CEOs, levantamiento de restricciones a la importación, eliminación y reducción de retenciones a la exportación de granos, una seguidilla de DNU que difícilmente se condicen con el republicanismo pregonado, ausencia de medidas para las PYMES… En suma, medidas de corte financiero y pro-corporaciones, cuyas consecuencias empezamos a avizorar, y que, además de parecerse demasiado a las que llevaron antes a una inusitada concentración de la riqueza y al consiguiente desmembramiento del tejido social y productivo del país, no explican un rol para la educación superior masiva y de calidad ni para el desarrollo de la ciencia en sus diversas ramas. Para quien comparte este diagnóstico de la situación, firmar sus críticas sólo a título personal, sustrayendo de ello sus responsabilidades como educador y científico, equivaldría a faltar a sus obligaciones públicas.

El segundo aspecto es de carácter más sociológico y atañe a la alusión a la denominada “grieta”. Parece sugerirse que ésta obedece a una ficción de ciertos medios y sectores políticos, antes bien que a una realidad palpable que, de distintas maneras, estructura la sociedad argentina.

Hay dos observaciones que quisiera hacer al respecto.

Conviene recordar que una de las propuestas de Cambiemos consistió en “cerrar la grieta” −incluso la fallida designación del primer secretario propuesto para la SPU se defendió con ese extraño argumento−, lo que a muchos pareció una remake del llamado a “pacificar” esgrimido por otros sectores a propósito de los juicios por violación de derechos humanos en la última dictadura militar. Además de esta plausible asociación, la metáfora de “cerrar la grieta” es elocuente y de largo alcance, en cuanto que sugiere eliminar masivamente las disputas que son resultado de una etapa en la cual la sociedad argentina ha reabierto una discusión sobre sí misma. Si es cierto que una de las rémoras argentinas y de nuestra fallida modernidad política reside en el enorme peso relativo que tienen las clases y los sectores conservadores, el espíritu de aquella metáfora indica con claridad qué tipo de sociedad se está buscando construir.

No se necesita sostener una teoría política en términos de la disputa por la hegemonía, para reconocer que, en el acceso a la educación, a la salud y al servicio de justicia, en la igualdad de oportunidades para elegir un curso de vida vinculado al trabajo, Argentina es un país con una grieta tan enorme como real. De qué manera sellar esa grieta tejiendo un nuevo entramado social es una de las cosas más interesantes que han estado en la agenda de discusión no de un gobierno, sino de la sociedad argentina en los años pasados.

Uno de los ardides más interesantes y efectivos de los neocons reside en la cuidada estilización cool de sus primeras líneas, que sirve para maquillar el ideario que comparten con otros “dinosaurios” de la segunda línea, que la paleontología ya ha clasificado. Con todo, difícilmente esté en la agenda de gobiernos de derecha traer la grieta al primer plano de discusión, ya que, al hacerlo, es precisamente la misma idea de orden conservador la que se pone en tela de juicio.

El autor es Profesor Asociado de Filosofía Antigua en la Universidad Nacional del Litoral e Investigador Independiente del Conicet.