Pensar la cuarentena, por E. Castro

Desde hace ya varios años, el concepto de “biopolítica” se impuso como uno de los grandes temas de reflexión. Michel Foucault y Giorgio Agamben han sido los autores de referencia. Para ambos, la relación entre la política y la vida biológica –de ahí el uso del término biopolítica– define las formas modernas de ejercicio del poder.

A partir del siglo XVIII, sostiene Foucault, la gestión de la vida biológica de la población se convierte en tarea de la política, para encuadrarla y controlarla administrativamente, evaluarla según determinadas normas de salud y analizarla en términos estadísticos. Surge así no solo una biopolítica, también una biohistoria, es decir, la posibilidad de que el ser humano intervenga sobre su propia especie biológica. La formación de una medicina social ha sido uno de los ejes centrales de este proceso.
“Si el hombre fue durante milenios [sostiene Foucault en La voluntad de saber] lo que era para Aristóteles, un animal viviente y, además, capaz de una existencia política, el hombre moderno es aquel animal en cuya política está en juego su propia existencia como viviente.

Desde una perspectiva biopolítica diferente, focalizada en los campos nazis de concentración y exterminio, más que en el nacimiento de una medicina social, a propósito de la pandemia del Covid-19, Giorgio Agamben ha retomado algunos de los conceptos y tesis de su serie Homo sacer. En particular, el de vida desnuda (esa vida desprotegida y, por ello, expuesta a la muerte) y la tesis según la cual, en Occidente, se gobierna en términos de excepción.

El 26 de febrero, en efecto, calificaba como “frenéticas, irracionales y totalmente inmotivadas” las medidas adoptadas en Italia, que, según su apreciación, han “provocado un verdadero y propio estado de excepción”. Y el 17 de marzo, brindando algunas aclaraciones, sostenía que nuestra sociedad no cree en nada más que en esa desnuda vida biológica; disponiéndose a dejar de lado, para no perderla, la amistad, los afectos, las convicciones…

Como era de esperar, esas expresiones suscitaron reacciones que oscilaron entre la crítica y la indignación. Y también varias tergiversaciones.
Pero no nos interesa aquí entrar en este debate, sino deshacer un camino en el que, con demasiada frecuencia y con no suficiente atención a sus escritos, las posiciones de Agamben y Foucault acerca de esa relación constitutiva de la política moderna con la vida biológica, que hoy aparece en primer plano a nivel planetario, han sido superpuestas y hasta identificadas

No se trata de dictaminar quién ha sido más certero en sus análisis. Nos interesa, más bien, desplazar el foco de atención desde la vida desnuda y estado de excepción hacia los análisis foucaultianos de la seguridad y el riesgo, y, más allá de los autores en cuestión, interrogarnos acerca del horizonte hacia el que, de ahora en más, no podremos dejar de reorientar nuestras miradas

Es un tópico habitual pensar nuestra Modernidad en relación con la individualidad, las libertades personales y el estado de derecho. El modelo jurídico ha desempeñado aquí una función paradigmática: derechos individuales, incorporación de las libertades de las personas en los textos constitucionales, limitación del ejercicio legítimo del poder estatal. Todo esto forma parte de nuestra Modernidad; pero es, finalmente, solo una de las caras de la moneda. Tomando como referencia el desarrollo de la medicina social, los análisis foucaultianos han explorado su contracara, donde emergen con no menor importancia las nociones de población, seguridad y riesgo. Surge de este modo una imagen de nuestra Modernidad mucho más compleja, donde no se trata de cambiar un término por otro (el individuo por la población, la libertad por la seguridad, el estado de derecho por el riesgo), sino de comprender que ninguno de estos puede ser pensado independientemente. Con su noción de dispositivos de seguridad, Foucault ha buscado emprender esta tarea.

En este contexto, las formas modernas de la racionalidad política, que, para él –sin que este sea el lugar para explicar las razones– coinciden con el desarrollo del liberalismo y del neoliberalismo, pueden resumirse en una formulación de Nacimiento de la biopolítica que, a la luz de las actuales circunstancias, resuena con una tonalidad al mismo tiempo efectiva y agobiante: “Puede decirse, después de todo, que la consigna del liberalismo es: ‘vivir peligrosamente’. ‘Vivir peligrosamente’, esto es, que los individuos se vean siempre en una situación de peligro o, mejor, estén condicionados a experimentar su situación, su vida, su presente, su futuro, como portadores de peligro”.

Foucault ha llegado a estas conclusiones a partir de la contraposición entre lo que denomina el modelo “lepra” (más cercano al de los campos de concentración) y el modelo “peste”. El modelo lepra es el de la exclusión afuera de los límites de la ciudad y de la comunidad. Comporta una descalificación biológica, jurídica, política y frecuentemente moral. En el modelo peste también hay encierro, pero se configura de otro modo: no es la exclusión, sino la inclusión en un espacio urbano reticulado y el control minucioso del espacio de circulación. El paso de uno a otro corresponde, históricamente, al proceso de invención de las tecnologías de poder de la política moderna

Riesgo y seguridad van, en todo caso, de la mano. Uno de los ejemplos privilegiados es, sin dudas, el de los variados seguros con los que, tanto por parte del Estado como de los privados, se busca hacer frente a los riesgos previsibles, es decir, cuyos costos y beneficios pueden ser estadísticamente calculables. La lista puede ser muy amplia: contra accidentes automovilísticos o en el trabajo, de salud, de desempleo, de vejez, contra incendios, etc

Desde cierto punto de vista, las circunstancias actuales no dejan de encuadrarse, al menos conceptualmente, en lo que Foucault llamaba el modelo peste, en su concepción de la biopolítica y de los dispositivos que buscan arbitrar la relación entre seguridad y libertad. Pero también es cierto que estas mismas circunstancias ponen en juego nuevos desafíos y nos muestran las falencias y límites de esos mecanismos securitarios que hasta ahora, bien o mal, han funcionado. ¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando los costos y beneficios del riesgo que se enfrenta, y que no son solo económicos, apenas pueden vislumbrarse y, en todo caso, no pueden calcularse por anticipado

Las apreciaciones que emergen en primera instancia (incertidumbre, psicosis, paranoia, frenesí) son, retomando una expresión común, más parte del problema que de la solución. No sería arriesgado sostener que la relación entre el Estado y la sociedad deberá redefinirse para cada Estado y para cada sociedad en particular. Habrá, inevitablemente, que pensar la cuarentena. Sin pretender ser exhaustivos ni buscar instaurar ningún tipo de magisterio, a nuestro criterio resulta inevitable una serie de desplazamientos (no sustituciones de una cosa por otra): del protagonismo del pueblo al de la población, del partido al Estado (con mayúsculas más que justificadas) y de la libertad a la responsabilidad. En cada caso, la existencia del primer término requiere la existencia y el énfasis que se ponga en los segundos. Toda una retórica política, que finalmente no es sólo retórica, está a punto de ser reformulada.

(Publicado originalmente en Clarín el 27/4/2020 y reproducido con permiso del autor).