La importancia de una palabra, por Marcelo Stubrin
- At 27 abril, 2015
- By Editor
- In Notas de Actualidad
Raphael Lemkin nació en el siglo XX en Bezwodne, ciudad que perteneció a Rusia, a Polonia y a Belarús. Fue fiscal, abogado privado y soldado del ejército polaco que enfrentó la invasión nazi. Atravesó dos guerras, perdió su familia en Auschwitz y dedicó su vida como jurista judío y polaco a luchar contra las crueldades de una época signada por las matanzas y el exterminio de poblaciones indefensas.
Al final de la Primera Guerra Mundial, el estudiante Soghomon Tehlirian atentó en Alemania contra la vida de Talaat Pashà, el ministro otomano que en abril de 1915 decretó la deportación del pueblo armenio. El juicio tuvo amplia difusión, el estudiante fue absuelto y la tragedia de los armenios fue expuesta a la luz pública. A partir de ese momento, el joven Lemkin resolvió consagrar su vida a luchar contra el mal absoluto. Lo escoltaba un clima de época esperanzador, la guerra había llegado a su fin, se consolidaban drásticos cambios en el mapa de Europa y Asia, mientras los líderes mundiales sentaban las bases de la Sociedad de las Naciones, dando vuelta la página del mayor conflicto armado de la historia.
Sin embargo, Lemkin pensó que la crueldad desatada por el Estado turco contra el pueblo armenio tenía características diferentes. No se trataba de una guerra entre dos bandos formados por cuerpos adiestrados para la guerra. Se trataba del exterminio sistemático de una población indefensa. El objetivo era suprimir un pueblo, desatar las fuerzas represivas del Estado contra ancianos, mujeres y niños desarmados. No importaba cuántas veces había ocurrido o cuánto horror se acumulaba en la historia de la civilización, sólo importaba que no volviera a suceder. De modo que el jurista se dedicó a luchar por incorporar al derecho internacional preceptos que estuvieran destinados a registrar y evitar estas masacres. Aunque no imaginó que él mismo sería muy pronto protagonista y víctima de la nueva tragedia. Se atribuye a Hitler la frase: «Después de todo, nadie se acuerda del aniquilamiento de los armenios», mientras planeaba un nuevo exterminio.
En los años 30, Lemkin comenzó a presentar ponencias en los congresos de derecho penal internacional para incorporar el concepto. En los cuarenta, asumiendo que el lenguaje corriente no alcanzaba para describir el horror y apelando a sus estudios de lingüística, creó una palabra, «genocidio», que desde fines de la década del 40 se encuentra tipificada e incorporada al derecho internacional.
En estos días, con motivo del primer centenario de la tragedia armenia, se ha reiterado una polémica. Turquía no desconoce los hechos y -un siglo después- acepta resignada la condena, como casi todas las palabras que definan lo ocurrido: matanzas, exterminio, masacre, aniquilación. Todas menos una, genocidio.
Genocidio es un sustantivo, no un adjetivo calificativo que condena una situación histórica. Fue Raphael Lemkin quien acuñó el vocablo y logró su incorporación al sistema de las Naciones Unidas y su recepción en normas nacionales de numerosos países, además de la creación de tribunales internacionales encargados de su juzgamiento.
Por eso, debemos insistir en que los hechos deben ser calificados con sustantivos. La nación armenia sufrió hace cien años un genocidio, no se debe disimular con eufemismos. Entre otras razones, porque los avances civilizatorios producidos en el campo del derecho internacional no siempre se corresponden con la realidad que periódicamente reproduce las mismas escenas: carretones repletos de hombres y mujeres expulsados de sus hogares, masacrados por la intolerancia.
Dolor por las víctimas y honor para los sobrevivientes que mantienen en alto sus tradiciones milenarias y el compromiso de organizar un mundo sin guerras, sin desigualdades ni fanatismos.
Llamar a las cosas por su nombre implica dar entidad. Es el primer paso para restituir la historia de una nación y fortalecer la conciencia de los pueblos. Reconocer el genocidio contribuye a encender las alertas. Recientes catástrofes humanitarias reclaman de los líderes mundiales un nuevo Nunca Más, esta vez a escala universal.
(Publicado originalmente en La Nación el 24 de abril de 2015 y reproducido con permiso del autor).