El Brexit y la victoria de Trump: la globalización bajo examen
- At 9 diciembre, 2016
- By Editor
- In Notas de Actualidad
La globalización es uno de los fenómenos más debatidos de los últimos años. A los análisis de corte sociológico se ha sumado una abundante bibliografía de naturaleza normativa. Ésta no aspira simplemente a comprender la nueva realidad y a predecir su curso futuro, sino que pretende construir modelos normativos que nos ayuden a evaluarla y dirigirla.
En el ámbito de la filosofía, las posturas pueden dividirse en dos grandes campos. De un lado, los autores auto-denominados cosmopolitas sueñan con la abolición de las fronteras y la construcción de instituciones de gobernanza global en las que sean representadas las personas más bien que los estados. Su expectativa de máxima es la creación de un único estado mundial de naturaleza federal que promueva los derechos humanos y distribuya la riqueza a través de las fronteras.
Del lado contrario, los autores nacionalistas desconfían de una integración forzada, insensible a las diferencias culturales y los vínculos comunitarios. Desde su perspectiva, la responsabilidad primordial de cada gobierno es promover los intereses de sus ciudadanos/as, restringiendo la inmigración, obstaculizando el comercio internacional y protegiendo su economía cuando sea necesario. Todo intento de avanzar más allá de instituciones supranacionales que establezcan regulaciones mínimas es una utopía no realista carente de sustento.
Por supuesto, este mapa conceptual es necesariamente impreciso y no se correlaciona fácilmente con posiciones políticas definidas. Sin embargo, de un modo general, pareciera que mientras los liberales, los socialdemócratas y los neo-liberales se inclinan en mayor o menor grado por el cosmopolitismo, la izquierda y los neoconservadores prefieren el nacionalismo.
El Brexit y la victoria de Donald Trump podrían probar que ambos modelos son inviables. Estos sucesos suponen un claro rebrote del nacionalismo ya que expresan un rechazo de la integración excesiva así como la convicción de muchos trabajadores/as de que los intercambios comerciales sin control están socavando el trabajo y la prosperidad nacionales. Digan lo que digan los filósofos, millones de personas en el mundo rico parecen no estar dispuestas a compartir su riqueza con los países emergentes. Se terminó la generosidad en nombre de los ideales humanistas.
Pero estos episodios también sacuden los dogmas nacionalistas. Durante años, la izquierda de los países emergentes ha culpado a la globalización y al libre comercio de todos los males. La justificación es bien conocida: la integración económica se realiza en condiciones asimétricas bajo la hegemonía de los países poderosos; su única intención es terminar de drenar la riqueza de los países más pobres y volver todavía más ricos a los ricos.
Como la experiencia de los «felices» 90’ nos ha enseñado, la apertura indiscriminada tiene consecuencias nefastas para los pobres globales. Pero en buena parte del mundo los nacionalistas de mente abierta están ahora preocupados por los posibles efectos del retorno a un proteccionismo como el que Trump pregona. Tras despotricar durante décadas contra la alianza comercial con Estados Unidos, el progresismo mexicano se pregunta qué pasará con su clase trabajadora si se cierra la exportación de autos al país del norte. Y es bueno no olvidar que el milagro Chino y de los Tigres asiáticos, así como el incipiente crecimiento de países como Chile, Colombia y Perú se debe en gran medida a las ventajas comparativas de las que gozan en un mundo con sin barreras arancelarias.
La conclusión de esta reflexión es simple: tanto el nacionalismo como el cosmopolitismo extremos son posturas disociadas de la realidad. Ni integración plena ni aislacionismo duro; ni fronteras completamente abiertas ni migración libre de capitales y trabajo; ni caridad ni indiferencia por la suerte del otro. En el mundo como lo conocemos, el bienestar humano depende crucialmente de una integración armoniosa de comunidades políticas autónomas que fijen reglas de juego justas, admitan un proteccionismo moderado y promuevan equilibradamente los intereses de todos/as.