Venezuela: el camino hacia la dictadura, por Julio Montero
- At 25 octubre, 2016
- By Editor
- In Notas de Actualidad
Todos los días la opinión internacional se sacude con las noticias que llegan desde Venezuela. El país se encuentra ante una crisis terminal, tanto económica como política: la economía socialista se ha convertido en una economía de guerra, signada por el racionamiento; las tasas de criminalidad son las más elevadas del mundo; la gente se manifiesta en las calles exigiendo una apertura del régimen; y varios dirigentes opositores soportan penas de cárcel sin el beneficio del debido proceso. Venezuela se ha convertido en una dictadura.
Cuando Hugo Chávez irrumpió en la política venezolana, encarnaba una promesa: la promesa de ofrecer una variante aggiornada de socialismo que resolviera los problemas de la democracia capitalista liberal. Exactamente la misma promesa que los líderes fascistas hicieron en Europa a partir de la década de 1930. Como era previsible, ambas experiencias terminaron en la opresión.
Este desenlace no es accidental. Es el resultado inevitable de un modo de comprender la política. Y, por desgracia, ese modo de comprender la política está muy afincado en el progresismo latinoamericano. El progresismo al que me refiero se sostiene sobre dos tesis. La primera es el desprecio por las instituciones. El estado de derecho, la separación de poderes y el apego a la constitución son vistos como dispositivos conservadores que perpetúan el estatus quo. Un gobierno popular debe desembarazarse de estos fetiches y dar todo el poder a un líder ungido por el pueblo para transformar la realidad.
La segunda tesis es el rechazo del capitalismo y la economía de mercado. En contra de la escuela económica clásica, el populismo denuncia el carácter ficcional o ideológico de las leyes de mercado y propone reemplazarlas por una organización en mayor o menor medida centralizada que promueva una mejor distribución de la riqueza.
Estos postulados pueden ser atractivos en la teoría. Pero contienen el germen del autoritarismo. Los controles de precios, los impuestos elevados y la falta de seguridad jurídica desincentivan la inversión; la falta de inversión produce una merma en la productividad y el empleo y una escalada de los precios; la caída del poder adquisitivo se compensa con emisión monetaria que genera inflación; la inflación produce pobreza. Y tarde o temprano este cuadro se auto suprime o desemboca en nacionalizaciones y expropiaciones, que no hacen más que reforzar el éxodo de la inversión. Cuando los medios de comunicación denuncian el círculo vicioso, se restringe la libertad de prensa; cuando los dirigentes de la oposición atraen al electorado, se los persigue; y cuando el pueblo se manifiesta en las calles, se lo reprime. Si el sistema internacional de derechos humanos amonesta estas conductas, se lo tilda de imperialista recurriendo a un discurso soberanista primitivo y finalmente se apuesta por su disolución. Una vez expuesto el circuito, la dictadura se presenta como el desenlace ineludible de esta doctrina. Una desenlace evidente para todos, excepto para sus apologetas.
Hay, por supuesto, muchos progresistas que sueñan con la dictadura. Son carcamanes setentistas que miran con nostalgia un pasado de violencia y crímenes que confunden con una manifestación de idealismo. En su vision pre-freudeana del mundo, tener ideales es estar dispuesto a matar. Aquellos que no albergan esta nostalgia homicida, están a tiempo de revisar sus creencias así como sus intervenciones en la vida pública. El rechazo de toda medida de austeridad como un acto de abandono del pueblo; la defensa de fuerzas que han promovido la corrupción estructural; la demanda insensata de aumento del presupuesto en todos los rubros a la vez, a financiarse con mayores impuestos a los ricos –y nótese, los ricos son siempre un otro, no ellos– constituyen la chispa que, ante circunstancias favorables, ponen el marcha el camino hacia la dictadura.
La primera responsabilidad de un intelectual es soñar utopias. Pero las utopias a soñar deben ser utopias responsables. Es hora de aceptarlo: la democracia liberal, el libre mercado y la distribución del ingreso a través de un estado de bienestar racional que establezca prioridades es el sueño más noble que la humanidad ha soñado. Al igual que en los tiempos oscuros de Mussolini, se abren ante nosotros dos caminos: o hacemos realidad este sueño o soñamos el sueño de la dictadura.