La grieta más profunda, por Roberto Saba
- At 3 abril, 2019
- By Editor
- In Notas de Actualidad
Un sector importante de la sociedad cree que una grieta ha envenenado nuestro sistema político. Esa grieta se ha identificado con cuestiones muy diferentes que van desde una severa polarización al mero desacuerdo. Sin embargo, algunos de los fenómenos asociados con la grieta no son una patología, sino parte fundamental de un sistema democrático moderno. Otros, en cambio, son ciertamente su antítesis.
Por ello, es necesario hacer distinciones. Por ejemplo, es erróneo identificar la grieta con el disenso. Las diferencias políticas, lejos de ser un déficit de la democracia, hacen a su esencia. En cambio, lo grave de aquello que llamamos “grieta” es el presupuesto de que el acuerdo es imposible, que siempre habrá ganadores y perdedores, amigos y enemigos, incluidos y excluidos. Lo que tenés que saber hoy
El problema es la abdicación de la empresa de buscar el acuerdo. Es esta grieta asociada a la polarización radical de la política y a ciertas formas de populismo la que se cierne como una amenaza seria a la democracia moderna.
Ernesto Laclau y Carlos S. Nino fueron intelectuales argentinos que sobresalieron dentro y fuera del país, en las universidades de Essex y Yale respectivamente. Laclau falleció en 2014. Nino, en 1993. Ambos influyeron en tres de los gobiernos democráticos que tuvimos desde 1983. El primero inspiró a sectores relevantes de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. El segundo, fue un asesor central del presidente Raúl Alfonsín. Sin mencionarla, ambos se han referido a la grieta en la versión más preocupante que señalé más arriba. Sus teorías reflejan dos formas de entender y resolver nuestros conflictos más profundos, aunque ubicadas en extremos opuestos.
Para ilustrar esta afirmación, me detengo en dos cuestiones sobre las que ambos han escrito y que son recurrentes en nuestro debate público: la neutralidad de las instituciones y el lugar que debe asignársele al Presidente en el sistema político y constitucional.
Laclau creía que lo que diferencia a los institucionalistas de los populistas, es que para los primeros las instituciones son (o podrían ser, o deberían ser) neutrales, mientras que los segundos, como era su caso, son escépticos al respecto. En sus palabras: “las instituciones no son arreglos formales neutrales, sino la cristalización de las relaciones de fuerza entre los grupos. A cada formación hegemónica –entendiendo por tal la que se impone por todo un período histórico– habrá de corresponder una cierta organización institucional”.
Completa la idea afirmando que “la defensa del orden institucional a cualquier precio, su transformación en un fetiche al que se rinde pleitesía desconectándolo del campo social que lo hizo posible, es la que gobierna al discurso antipopulista de los sectores dominantes”.
Creía que el ideal de la neutralidad de las instituciones es en verdad un obstáculo al cambio social, y ponía como ejemplo el caso del Parlamento: “no hay que pensar que la parlamentarización del poder significa una tendencia más democrática, puede significar lo opuesto: el ahogo de las demandas democráticas a través de los estratos intermedios que, de una forma corporativa, administran las instituciones”.
Laclau identificaba el presidencialismo, el personalismo y su versión de populismo como vehículos más eficaces para el cambio social. Desde su punto de vista, el Parlamento, por un lado, y el límite constitucional a la reelección indefinida, por otro, operarían como bloqueos a ese cambio cuando una mayoría de excluidos finalmente encuentra a un líder que la represente.
Afirmaba, entonces, que cuando la voluntad popular “ha cuajado en torno a un cierto nombre que es una referencia a una serie de medidas que implican un proceso de cambio, probablemente impedir la reelección a lo que lleva es a la reconstitución de fuerzas conservadoras antagónicas, contrarias al poder popular”. Laclau creía que podíamos ver en Bolivia y Venezuela ejemplos de su teoría.
Nino, por su parte, defendía el ideal de la democracia deliberativa, asumiendo que el intercambio de ideas y la búsqueda de consensos – siempre difíciles de alcanzar – son el combustible de la democracia moderna. Sus instituciones pueden no ser neutrales, pero deberían realizarse los mayores esfuerzos para tender a que lo sean. El Parlamento, para él, era el ámbito propicio para el intercambio de ideas y la búsqueda de consensos, aunque no el único. Los límites a las reelecciones presidenciales indefinidas serían una condición necesaria para lograr la alternancia en el poder. Su fallido proyecto de reforma constitucional de la década de 1980, que respaldaron Raúl Alfonsín y Antonio Cafiero, giraba en torno justamente de la atenuación de los poderes presidenciales en beneficio del Parlamento.
Las ideas de Nino confrontan con las de Laclau: instituciones democráticas fuertes y estables, no liderazgos carismáticos sin límites. Parlamentarismo, no hiperpresidencialismo. Deliberación y búsqueda de consenso, no mayoritarianismo.
En este año electoral, los desacuerdos son bienvenidos, así como las discusiones más acaloradas o los disensos más radicales. Todo ello no es la grieta. La grieta más profunda en una democracia moderna surge del escepticismo radical respecto de la posibilidad de entendernos mutuamente y, eventualmente, alcanzar acuerdos.
(Publicado originalmente en Clarín el 20/3/2019 y reproducido con permiso del autor).