El reconocimiento al cuarteto del Diálogo de Túnez, por Rogelio Alaniz

La verdad sea dicha, a todos -o a casi todos- nos sorprendió que el jurado entregara el promocionado Premio Nobel de la Paz al denominado Cuarteto del Diálogo Nacional, el colectivo que logró a través de arduas e inteligentes negociaciones mantener viva la esperanza de aquella primavera árabe que se inició precisamente en Túnez en las primeras semanas de enero de 2011.

En realidad, todos aguardaban que el premio que otorga la academia noruega fuera destinado al Papa Francisco por su abnegada labor a favor de la paz y el entendimiento entre los pueblos; o a Ángela Merkel, por su generoso comportamiento humanitario con los refugiados, comportamiento que para muchos fue una verdadera sorpresa, ya que la imagen que Merkel se supo ganar en el mundo no es precisamente la de una humanista impenintente.

La Academia Noruega se propuso reconocer la labor desempeñada por este Cuarteto que en un escenario signado por la violencia, el fanatismo religioso y las autocracias logró afianzar lo más parecido a un Estado de derecho, con una Constitución moderna, un régimen semipresidencialista y parlamentario con un presidente elegido por el voto popular. Atendiendo a la realidad de la región, está claro que los integrantes del Cuarteto han realizado una labor abnegada y heroica que merece el mayor de los reconocimientos políticos.

¿Cómo se llegó a constituir este Cuarteto? Como se recordará, la llamada “primavera árabe” se inició precisamente en Túnez. El desencadenante de la crisis fue el suicidio del vendedor ambulante, Mohamed Bouzazi. Esto ocurrió el 17 de diciembre de 2010 en la ciudad de Sidi Bouzid. Despojado de su carro de ventas y harto de sufrir atropellos, el joven tunecino resolvió matarse. El impacto de ese suicidio fue grande, la movilización popular que lo acompañó dio lugar a que el presidente Ben Alí renunciara un mes después, o, para ser más preciso, el 14 de enero de 2011.

Ben Alí ejercía el poder como un déspota desde hacía veinticinco años. Lo sucedió en 1987 al fundador del Túnez independiente, Habib Bourguiba, quien se hizo cargo del poder en 1957 -el momento en que Túnez se independizó de Francia- y se mantuvo en ese lugar durante treinta años. O sea que al momento de estallar la crisis de 2011, Túnez había sido gobernada durante medio siglo por dos dictadores. Corresponde señalar que la dictadura de Bourguiba, durante determinados períodos, fue una tolerable “dictablanda”, con un relativo reconocimiento a la oposición y la concesión de algunas libertades mínimas.

Lo cierto es que Ben Alí en lugar de resistir como Kadafi en Libia o Assad en Siria y acorralar a sus pueblos en una prolongada y devastadora guerra civil, abandonó el poder y se refugió en Arabia Saudita. Merece destacarse esta diferencia, sobre todo por las consecuencias que provoca en la vida de los pueblos. ¿Siria sería el infierno que es si Assad hubiera renunciado antes de que el país se incendie? ¿Libia sería el escenario de una disputa salvaje entre tribus si Kadafi hubiera actuado como Ben Alí?

En Túnez estos factores jugaron a favor. El cáncer de Ben Ali tal vez haya contribuido a este renunciamiento histórico y a esta suerte de bendición para el pueblo tunecino. Sin embargo, el proceso histórico estuvo muy lejos de desplegarse a través de un lecho de rosas. Nunca estos procesos son pacíficos. La revolución tunecina fue primero social antes que política. Las movilizaciones callejeras en las principales ciudades del país reclamaban trabajo y mejores salarios. A diferencia de otros países de la región, los sindicatos de Túnez están muy desarrollados, son representativos y sus dirigentes gozan de un alto prestigio. Así se explica que la Confederación Sindical sea una de las patas integrantes del Cuarteto.

El otro factor que contribuyó a que los acontecimientos se desarrollaran con relativa tranquilidad es la presencia de un ejército profesional políticamente prescindente. A diferencia de Egipto, por ejemplo, las fuerzas armadas tunecinas no han promovido caudillos militares e incluso tampoco se dejaron tentar por personajes como Nasser, Sadat o Mubarak.

De todos modos, abierto el proceso electoral resultó elegido un partido de filiación islámica cuyas simpatías con los Hermanos Musulmanes eran manifiestas. Apenas instalado en el poder, el Ennhada intentó avanzar hacia la teocracia, pero la resistencia popular y, sobre todo, de los factores de poder, impidió que se repitiera una experiencia como la de Egipto.

Mientras tanto, el clima de movilización se mantuvo a pesar de los esfuerzos del poder para ponerle límites. El fanatismo islámico -bandas armadas que actúan incluso con independencia del poder islámico- hacía de las suyas. Uno de los escándalos de esos años fue el asesinato de dos dirigentes de izquierda por parte de grupos terroristas identificados con la jihad islámica.

Para mediados de 2013 el islamismo radical abandonó el poder pacíficamente y su lugar fue ocupado por un gobierno interino. A esa altura de los acontecimientos el Cuarteto del Diálogo Nacional ya se había constituido y estaba operando. Lo integraban, además de los sindicalistas, los empresarios, los representantes de las instituciones de derechos humanos y los representantes de los abogados.

La estrategia del diálogo dio sus resultados. Alrededor de veinte partidos políticos se sumaron a la convocatoria. Se constituyó un gobierno de transición y en enero de 2015 se convocaron a elecciones en las que ganó el Partido Nacionalista liderado por Caid Essebji. Lo realizado fue muy meritorio, pero ello no quiere decir que los problemas hayan desaparecido. Una de las principales fuentes de ingreso del país es el turismo y en los últimos meses el terrorismo islámico ha perpetrado dos atentados dirigidos directamente contra los turistas.

El turismo llegó a representar alrededor del siete por ciento del PBI, con una presencia de viajeros que superaba los siete millones de personas. Como dijera un funcionario local, la confianza cuesta mucho ganarla pero se puede perder muy rápido. Los dos atentados terroristas fueron uno contra el Museo El Bardo con más de veinte muertos, y otro en dos hoteles del centro turístico de Susa, operativo en la que perdieron la vida alrededor de treinta y seis turistas. Habría que señalar, por último, que alrededor de tres mil jóvenes de Túnez se sumaron al Estado Islámico, transformándose en uno de los países que más terroristas “exportó” en la región.

A los problemas del terrorismo se suman los problemas de la economía, el alto porcentaje de desocupados y pobres y la caída de la actividad productiva. Digamos que la constitución de un Estado de derecho posible no resuelve automáticamente los problemas, pero crea reglas de juego claras y demuestra que es posible el entendimiento entre grupos políticos adversos y corrientes religiosas enfrentadas.

Lo sucedido en Túnez prueba, además, que la democracia es el único horizonte viable para países arrasados por dictaduras teocráticas y despotismo militares. Los argumentos acerca de la imposibilidad de estos países para vivir en democracia operan -más allá de la buena voluntad de algunos- como coartadas que justifican el viejo orden. La democracia como marco institucional, teoría y práctica política y valor cultural, no es ni debe ser patrimonio exclusivo de Occidente. Si el reclamo de los pueblos es el derecho a la vida, el derecho a elegir y ser elegido, el derecho a tener derechos, no hay otro marco institucional capaz de crear condiciones favorables para el logro de estos objetivos que no sea la democracia.

Precisamente éstas deben de haber sido las consideraciones tenidas en cuenta por la Academia Noruega para entregarle el premio al Cuarteto de Diálogo Nacional. No es menor lo que han hecho estos hombres y estas instituciones en una región donde la democracia representativa y los derechos humanos suelen ser impugnados en nombre del fanatismo religioso o el orden castrense. El futuro ahora tiene la palabra.

(Publicado originalmente en El Litoral el 13 de octubre de 2015).