El aborto, la ciencia y el consenso posible, por Eduardo Rivera López

El debate sobre la despenalización del aborto se reabre en la Argentina. Bienvenido sea. Ojalá tengamos un debate con la menor cantidad posible de falacias, chicanas, dogmas y eslóganes vacíos, y la mayor cantidad posible de argumentos y actitudes intelectualmente honestas.

Para que esto ocurra, conviene comenzar por hacer un poco de «profilaxis» conceptual y despejar algunas confusiones. Una muy frecuente es la que se refiere al papel de la ciencia (más concretamente, en este caso, de la biología o la embriología) en la discusión sobre el aborto.

La apelación a la ciencia suele utilizarse por quienes se oponen a la permisión legal del aborto. La idea, en forma resumida, es que la ciencia ha determinado de modo incontrovertible que la vida humana comienza con la concepción. Más precisamente, en el momento en el que se produce la fertilización del óvulo por el espermatozoide, nos diría la ciencia, se produce la unión del genoma paterno y el materno conformando un único genoma y, con ello, queda constituido un nuevo ser humano, una nueva persona individual y única. Destruirla es destruir un ser humano ya conformado. Es, por lo tanto, equivalente a un homicidio.

Este argumento comete un error fundamental. Utiliza la autoridad epistémica que solemos atribuirle a la ciencia con el fin de hacerle decir algo que la ciencia nunca podría decir (ni negar). La ciencia empírica (cualquiera sea y cualquiera sea su grado de avance) solo nos da información fáctica, es decir, acerca de hechos, y nos ofrece explicaciones de esos hechos. Pero el concepto de persona, es decir, de un ser que es poseedor de derechos (entre ellos, el derecho a la vida), es un concepto normativo, moral o jurídico, no un concepto fáctico. Por más que hurguemos en el embrión, en el feto o en un ser humano adulto, no vamos a encontrar un hecho biológico que haga, automáticamente, que sea una persona moral. Ser una persona moral es un atributo normativo que les otorgamos a los seres (biológicos) que poseen ciertas propiedades.

Obviamente, todo esto no significa que la ciencia sea inútil en la discusión sobre el aborto. Todo lo contrario. Justamente, la ciencia puede darnos la información necesaria para detectar en un ser biológico aquellas propiedades que, por argumentos independientes (no científicos), consideramos necesarias y suficientes para atribuirle a un individuo la categoría de persona (con derechos).

Allí se inicia entonces una discusión más significativa acerca de cuáles son las propiedades que algo tiene que tener para que merezca poseer un derecho a la vida. La ciencia nos dice (supongamos) que, en el momento de la fertilización, se produce la singamia, es decir, la conformación de un nuevo genoma perteneciente a nuestra especie. ¿Es esto suficiente para considerar que el individuo resultante (el embrión) es una persona, en el sentido normativo (que es el que nos interesa)? La ciencia nos dice (supongamos) que, en el momento de la implantación, el embrión queda conectado al endometrio. ¿Es esto suficiente para que estemos frente a un individuo con un derecho a la vida? La ciencia nos dice (supongamos) que, antes de la semana 22, el sistema nervioso no está desarrollado como para que podamos hablar de estados mentales (sensaciones o percepciones). ¿Es esto relevante para determinar un antes y un después en términos de otorgar un derecho a la vida?

Estas son preguntas válidas y algo diré a continuación sobre ellas, pero antes, insisto, debemos despejar definitivamente el error de pensar que es la ciencia la que va a responder estas preguntas. Estemos alertas cuando nos dicen que tal o cual cuestión moral o jurídica ya está saldada por la ciencia, o que el avance de la ciencia ya la resolvió. No puede ser así.

Aclarado este punto, podemos, aunque sea brevemente, adentrarnos en el núcleo del problema. No voy a hacer argumentos filosóficos de por qué creo que un embrión o un feto, al menos dentro del primer trimestre de embarazo, no es una persona en el sentido que nos interesa (alguien que pueda ser poseedor de derechos), y por qué creo que esto es suficiente para justificar una permisión jurídica muy amplia, al menos, durante esa primera etapa de la gestación. Creo que tales argumentos existen y son conocidos en la discusión bioética.

Lo que quiero hacer aquí es algo un poco diferente, aunque lleva al mismo resultado. Voy a suponer que mi lector comparte conmigo ciertas creencias y ciertas actitudes. Este es un supuesto. Por lo tanto, no voy a tratar de defenderlo. Si alguien lo rechazara, habría que recurrir a un argumento filosófico más profundo. Pero quizá no es necesario, dado que estoy seguro de que la gran mayoría de las personas compartirá estas creencias y actitudes (o al menos algunas de ellas):

1.En las técnicas de reproducción asistida, que se realizan ampliamente en nuestro país y en el resto del mundo, se manipulan embriones humanos en el laboratorio y, en muchos casos, los embriones «sobrantes» (es decir, no transferidos al útero de una mujer) son congelados, en muchos casos, de manera permanente. En muchos países (no hay legislación al respecto en la Argentina todavía), esos embriones no transferidos son a veces descartados o utilizados para la investigación (y luego descartados). Frente a esto, no pensamos que se trata de una práctica aberrante, como sería manipular en un laboratorio seres humanos indefensos, congelarlos indefinidamente, dejarlos a merced de que otros decidan descongelarlos y permitirles su desarrollo, etcétera. Nada de esto. La práctica de la reproducción asistida, aun cuando implique el congelamiento o el descarte final de embriones humanos, es una práctica aceptable y civilizada.

2.Como sabemos, el aborto se realiza de forma ilegal cotidianamente en nuestro país (y en otros países). Si bien las cifras no son seguras y los que se oponen a la despenalización del aborto suelen ponerlas en duda, es indiscutible que, cada año, se realizan miles y miles de abortos ilegales. Frente a esto, no pensamos que estamos ante un genocidio de personas inocentes e indefensas, como sería el caso si se tratara de matar a miles de niños por año. Nada de eso. Pensamos, en todo caso, que se trata de algo desgraciado, que debería evitarse, pero no que se trata de un genocidio.

3.Bajo ciertas condiciones, el aborto es ya legal en la Argentina: cuando el embarazo es producto de una violación, cuando está en riesgo la vida de la mujer embarazada o cuando está en riesgo su salud. Frente a esto, no pensamos que la legislación permite el homicidio (o más precisamente, el asesinato), como sería el caso de una legislación que permitiera matar intencionalmente a personas inocentes e indefensas por el hecho de que otra persona ha sido violada o están en riesgo su vida o su salud. Nada de esto. Más allá de nuestra actitud frente a la despenalización total del aborto, no creemos que un aborto en caso de violación o riesgo para la vida de la mujer embarazada sea equivalente a un homicidio.

4.En los casos en los que el aborto es punible en nuestro país, las penas establecidas son mucho menos severas que las penas por asesinato. Frente a esto, no creemos que se trata de una inconsistencia normativa grave, como sería el caso si, por ejemplo, se castigara con una pena mucho más leve el homicidio de menores que el homicidio de personas adultas (o a la inversa). Nada de esto. Más allá de nuestra posición general sobre el aborto, creemos que la legislación sobre el tema no comete tamaña desigualdad de trato ni viola los derechos humanos de nadie por el hecho de ser mucho más severa con el homicidio que con el aborto.

Si nos detenemos un momento a pensar sobre estos cuatro puntos, probablemente lleguemos a la conclusión de que la idea de que el aborto implica matar a un ser humano indefenso, similar a matar a un ser humano nacido indefenso, explícita o implícitamente, es rechazada por casi todo el mundo. O al menos lo es por cualquiera que coincida conmigo en los cuatro puntos señalados (o siquiera con alguno de ellos). Insisto: puede ser que alguien los rechace. En ese caso, habrá que buscar otras premisas más básicas a partir de las cuales argumentar y, eventualmente, convencer. Pero estoy seguro de que la mayoría de quienes leen esta nota coincidirán con ellos. Esto pone un piso de consenso básico, a partir del cual la discusión puede ser mucho menos dogmática y, por lo tanto, mucho más fructífera. Permítaseme avanzar un poco más a partir de este consenso mínimo.

Supongamos que aceptamos estos cuatro puntos: las técnicas de reproducción asistidas no son homicidas, los abortos ilegales no son un genocidio, los abortos legales tampoco, la legislación actual no es discriminatoria con los «seres humanos no nacidos». La pregunta que debemos hacernos es si aceptar esto es consistente con rechazar una permisión amplia del aborto (al menos durante el primer trimestre). Porque coincidir con estos cuatro puntos implica que no creemos que la persona humana comience con la concepción (la fertilización), ni con la implantación. Implica que un aborto es algo diferente al homicidio, algo mucho menos grave, algo que en muchas ocasiones toleramos o incluso aceptamos como permisible. Implica, en definitiva, que no creemos que el embrión y el feto (al menos en sus primeras etapas) tengan derechos similares a los que tienen las personas ya nacidas: derecho a la vida, a la integridad física, a desarrollarse libremente, etcétera.

Si esto es así, entonces, los derechos de la mujer embarazada comienzan a tener un papel fundamental en la discusión, dado que es innegable que ella sí tiene derecho a su salud, a su integridad física, a su cuerpo, a su privacidad, a planear su futuro libremente, etcétera. Estos derechos son muy robustos en cualquier sociedad igualitaria y democrática. Es muy difícil creer que estos derechos no prevalezcan frente a consideraciones que, si aceptamos los cuatro puntos mencionados, son relativamente débiles.

No pretendo con este argumento haber probado nada. Puede ser que estemos equivocados en los cuatro puntos y, aceptando que el ser humano ya es persona desde la concepción, debamos horrorizarnos frente a la destrucción y la muerte de embriones por doquier. En todo caso, el argumento sirve, creo, para clarificar las posiciones, forzar a los contendientes a ser consistentes y asumir todas las consecuencias de lo que se afirma, evitar la hipocresía de afirmar que el aborto mata bebés inocentes y luego hacer la vista gorda frente a los millones de «bebés inocentes sacrificados», y, en definitiva, sugerir que, quizá, la posición más razonable es que el ser humano se desarrolla gradualmente y que, al menos durante las primeras etapas del embarazo, en la que no existe todavía posibilidad de ningún tipo de vida mental (conciencia, pensamientos, sensaciones, percepciones, etcétera), es éticamente seguro sostener que no hay todavía una persona humana (en el sentido normativo) y que los derechos de la mujer son, entonces, los que han de prevalecer.

(Publicada originalmente en Infobae el 5/3/2018 y reproducida con permiso del autor).